Mientras Emilia pela cebollas, sus ojos verdes parecen dos esmeraldas colombianas. Así, Vestida de entrecasa (shortcito de jean muy corto y musculosa blanca), sonríe a la vez que controla que el agua para los ravioles rompa el hervor. Como corresponde, la salsa es bien casera. Va receta, anote: tres tomates al natural pelados y picados, una zanahoria, mezclar en la sartén diez minutos, y después: sal, albahaca fresca, aceite de oliva y pimienta en grano. Un plato digno de la vera cucina italiana.

Pero esta casa, hoy convertida en restaurante, es muy especial. No está abierta al público: sólo para amigos, conocidos y, hoy, para GENTE (¡gracias!). Con un aditamento de lujo: increíble vista al bosque, la montaña y el lago San Roque.
Comensales: Agustina, Emilia, el Turco Naim y Aron (15), un sobrino músico recién llegado de Brasil, donde vive con sus padres. Además, hay música: suena Mi Gin Tonic, versión de la banda de El Turco. Cuando llega la fuente de ravioles, aplausos. “Quería amasarlos yo misma, pero no tengo la máquina. Quedan prometidos para la próxima”, jura Emilia.

–¿Este rito familiar es cotidiano, Agustina?
–Vengo casi todos los días, para tomar unos mates o almorzar. Después de tantas horas en el teatro, está bueno tener este refugio. Con Emi y el Turco nos llevamos muy bien y nos queremos mucho.

–¿Cómo es trabajar con tu cuñado?
–Un placer. Sabe un montón, y sus consejos nunca son críticas: son para mi bien. Además, es el encargado de alimentarnos a todos. ¡En su camarín hay chocolates y gaseosas a rolete!
Emilia: ¡Contá también que hay Cinzano y vino tinto! ¡No lo cubras tanto!

–¿Qué pensás de esta dupla marido-hermana, Emi?
–¡Es espectacular! Siempre voy al teatro a ver al Turco, y ahora él está en un cuarto y ella en otro. Digo cuartos porque no son camarines: son como las habitaciones de mi casa... Porque estamos en familia.

–A propósito, ¿es casualidad que cuatro de los cinco hermanos Attias (Bárbara y Gonzalo, además de ustedes) se dediquen a la actuación?
Emilia: Es raro, porque antes que nosotros nunca hubo un actor en la familia. Mamá fue ama de casa hasta que crecimos, y después puso una inmobiliaria. Y papá es militar retirado.

–¿Cómo se explica esta vocación común entre ustedes, entonces?
Emilia: Todo se lo debemos a la forma en que nos criaron: con absoluta libertad, siempre con la oportunidad de elegir lo que queríamos. Algo muy poco común.
Agustina: Nuestros padres nos apoyaron en todo, y muchas veces fueron nuestros mayores cómplices. Las dos, junto con mamá, pegábamos cintas en todo el techo, y Gonzalo (21), Emilia (22), Bárbara (25) y yo nos disfrazábamos, inventábamos coreografías, bailábamos... ¡Eramos una banda!

–¿Mamá también participaba a full, o lo hacía a media máquina?
Emilia: No, se re enganchaba. ¡Era la más divertida! Un día teníamos que arreglar una tele; nos disfrazamos todos de gitanos y así vestidos la llevamos al service. El tipo nos miró con cara rara y no hubo forma de que aceptara el trabajo. ¡Creyó que era robado! Con esos juegos nos divertíamos mucho.

–¿Era habitual que salieran así a la calle?
Agustina: ¡Todo el tiempo! Una vez me disfracé de Betty la Fea: estuve varias horas dando vueltas por la ciudad y hablando con un tono raro. ¡No te imaginás la cara de la gente!
Emilia: Me acuerdo de que a los 17 años, con Violet, mi mejor amiga, nos disfrazamos de cartoneras. Salimos todas sucias, tapadas con una manta vieja y nos fuimos a caminar por Las Cañitas hablando en un idioma extranjero.

–¿También en los boliches?
Agustina: ¡Siií! A veces se daba que conocíamos a alguien y le hablábamos en “ruso”. “Recié llegamos e la Rusia” (imita un raro español sin erres), les decíamos y los tipos picaban: “¡Che, Juan, venite que estoy con dos rusitas que están refuertes y no entienden nada de español!”. Al rato , después de contener la risa, finalmente confesábamos el engaño.

–Parece que la actuación es una vocación innata en ustedes.
Emilia: Es verdad. Por ahí estábamos tomando sol en casa, en la pileta, agarrábamos la filmadora y hacíamos una novela de más de tres horas. Inventábamos un personaje y lo actuábamos de tal manera que muchas veces terminábamos llorando de verdad.

–Y ahora, justamente, se ganan la vida con esto. ¿Son dos privilegiadas?
Emilia: Puede ser... Pero igual, siempre lo busqué. Empecé mi carrera a los 15 años como una chica sexy, sabiendo que eso me daría la oportunidad de conocer a la persona justa para mostrarle mi otra faceta.

–Emilia, vos fuiste un poco la pionera. ¿Empezaste antes que tus hermanos?
–No, todos arrancamos a la misma edad. Y las tres hermanas, en la misma agencia. Todos estamos en esto menos la mayor, que es más intelectual y le encanta escribir.
Agustina: Eso te demuestra que, en algún punto, toda la familia tiene un costado artístico. Algunos la escritura –como Luciana, nuestra otra hermana–, otros la música y nosotras, la actuación.

–¿Qué te genera que Emilia sea la más famosa?
–Nada, porque tengo bien en claro quién soy y hacia dónde quiero ir. No me molesta ser la eterna “hermana de…”. Creo que si todo me hubiera pasado tan rápido como a Emilia, no lo habría podido manejar. Es mejor que haya sucedido como sucedió.
Emilia: Nos damos consejos, pero siempre para ayudar. Vamos a todos los estrenos y estamos muy cerca de nuestras carreras. Siempre fuimos muy unidas y no queremos perder eso. Después, que la gente diga lo que quiera.

–¿Qué dice la gente?
Emilia: Nos ven y comparan. Y eso no tiene nada, pero nada que ver con nosotras. No somos iguales, no competimos, no nos envidiamos. Agustina: Tampoco nos peleamos, porque detestamos los escándalos. A veces, para hacerme enojar, alguien me dice: “En tu familia vos sos el cuatro de copas”. Pero no entro en ese juego. Con su pan que se lo coman...

–¿No provocar escándalos es natural o se esfuerzan para que no suceda?
Agustina: Desde muy chicas, nuestra familia nos inculcó los mismos valores: sabemos muy bien por qué lado va la vida. Por eso no entiendo cuando nos agreden gratuitamente. En realidad, ni siquiera me molesta: me da pena por ellos. Emilia: A mí nunca me gustaron las peleas, y menos hacerme conocida por un escándalo. No necesitamos de esas armas, porque tenemos talento. Eso queda para los mediocres. Además, cuando yo hacía teatro de revistas, la cosa no era tan heavy.

–¿Ahora es más complicado?
–Sin duda. Hoy, la tele está llena de programas de chimentos, que hacen conocer a la gente sólo por sus peleas. Y claro, ¡las chicas se tiran con munición gruesa!

–¿Qué piensan cuando ven esas peleas en público?
Emilia: Nada. No me dan ni frío ni calor; no tienen nada que ver conmigo.
Agustina: El problema es que la gente consume ese producto cada vez más. ¡Qué decadencia social! Prefiero que mi carrera vaya por otro lado, y sin tanto ruido.

–¿Por qué no se les conocen escándalos sentimentales?
Emilia: Tuve la suerte de enamorarme de una persona muy hermosa, y desde muy chica. No era una Susanita que soñaba con casarme y tener hijos, pero me llegó un amor tan fuerte que me dio vuelta la cabeza. Y jamás mancharía ese amor por un escándalo mediático.
Agustina: Hace casi cinco años que estoy de novia con Diego, que trabaja de diseñador industrial, y ya planeamos vivir juntos. Pero es cierto, somos chapadas a la antigua: mujeres de un solo hombre... ¡y cero escándalos!

–¿Les gustaría trabajar juntas?
Emilia: Nos encantaría. Siempre dije que sería bueno hacer una obra con mis dos hermanas y con Gonzalo, que está arrancando. Y también lo metería a mi marido. ¡Sería la obra perfecta!

–¿Qué harían?
Agustina: En teatro, comedia. Sería ideal, porque tenemos mucha química. Podríamos hacer una remake de Los Campanelli. ¡Sería un éxito total! ¡Mataríamos!



Fuente: Gente, Por Sergio Oviedo. Fotos: Alejandra Bratin.

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