Durante 2009 brilló en cine, presentando dos películas que dieron de qué hablar en la Argentina y el mundo: Francia y Música en espera. Antes de comenzar uno de los tres filmes que rodará en el 2010, la más argentina de las uruguayas viajó a La Habana, y nosotros allí estuvimos. Habló de las cirugías estéticas, de su relación con Ricardo Mollo, de la maternidad y hasta de la adopción en los matrimonios gay. Además nos confesó: “No tengo complejos con mi cuerpo”.



Es como el pincel con el lienzo, el aroma con las flores, el azul con el celeste: Natalia Marisa Oreiro (32) hace juego con La Habana. Tampoco resulta conveniente andar preguntando, exagerando incluso la metáfora, si La Habana nació para ella o ella para La Habana. De ninguna manera. Sin embargo, sí observamos cierta simbiosis de despojo entre ambas. “¡Me encanta!”, enfatiza la montevideana observando los alrededores de una ciudad que aún no se rindió ante la modernidad.

“Nací uruguaya, me afinqué en la Argentina y no cambiaría a mi Río de la Plata. Lo que no quita que Cuba me hipnotice, claro”, vuelve a caer cautiva frente al sitio que conoció en 1997, cuando viajó, igual que ahora, de vacaciones, aunque en aquella oportunidad sin el caballero que ahora la secunda: Ricardo Mollo (52, líder de Divididos), su esposo y cómplice de aventuras, respetuosamente alejado de las cámaras y al mismo tiempo sigilosamente cerca de su dama. “Adoro la arquitectura local. Cada rincón merecería aparecer en el encuadre de una película. Bueno, por algo hay una sala y no un supermercado en cada cuadra, y por algo acá se organiza el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano”.

–La mayoría de los senderos de sus entrevistas, durante 2009, anclaron en el séptimo arte. ¿En serio la ha subyugado?
–Imaginate: este año estrené Música en espera y Francia y asistí a festivales: Venecia, San Sebastián, Huelva... Pronto volveré a la carga apostando fuerte a tres inminentes producciones. En febrero, el rodaje de Miss Tacuarembó, un musical de Martín Sastre; en mayo, Freedom for Joe, un drama de Stephen Bridgewater; y en septiembre, Mala, un policial de Adrián Caetano.

–Conclusión: ¿la actriz de cine retiró a la de la tele?
–¿Retirarme? ¡Las bol...! Perdón (risas)... Olvidate. Capaz que en 2011 regrese a la tira. Dependerá de la propuesta. Me entretengo una barbaridad en la televisión.

–¿Siempre es tan, tan, tan... espontánea, digamos?
–Reconozco que soy bastante impulsiva e intuitiva, y poco culposa y cerrada. Lucho contra la culpa. Cuesta cuando venís de una familia creyente, católica. La culpa nunca lleva a una meta positiva. Persigo la libertad. Acepto equivocarme. Estoy en plena construcción.

–Interesante. Y a esa muchacha en plena construcción, ¿qué le inspiran los “anticipos exclusivos” de la prensa que montones de veces la han dado separada de su marido, y qué los insistentes interrogantes que casi le exigen convertirse en madre?
–Primero: que nos inventen separaciones duele mucho. El día que el tema me resbale, que me pase inadvertido, voy a preocuparme. No me divierte nada que se metan con mi marido ni conmigo... Lo de la maternidad puedo entenderlo. Obvio que cuando esté criando a un hijo van a consultarme “¿y para cuándo el hermanito?”... Entonces prefiero tomármelo serena y calmada.

–¿Ve programas de chimentos?
–Veo. Le saco chispas al zapping. Me mantengo informada y desinformada de todo. Sé quiénes son Ricardo Fort o Zulma Lobato. No obstante, pongo mayor atención en la ficción. Me matan dos series, The Tudors y Six Feet Under, los ciclos de Diego Capusotto y las obras maestras de Alfred Hitchcock. Como ves, soy una espectadora amplia.

–¿También una persona amplia?
–Lógico.

–Okey, ¿y qué opina de la adopción de niños por parte de parejas gay?
–Estoy a favor de la adopción y de los matrimonios gay. Que puedan adoptar los solteros y no los gays me parece un acto de discriminación y un mensaje mentiroso. ¿Acaso no nacen personas homosexuales de matrimonios no homosexuales? Estoy a favor del amor.

–¿Y de las cirugías?
–Ehhh... No tengo una opinión formada, sino dudas.

Antes de avanzar, vale la pena reincidir en lo del inicio, en lo de la cierta simbiosis de despojo entre La Habana y Oreiro. Una característica que puede hallarse apenas erguir el mentón hacia esta ciudad fundada por el conquistador español Diego Velázquez de Cuéllar un 16 de noviembre de 1519 y cuyo casco histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. “Te pares donde te pares, te envuelve la cultura local”, pega en la tecla Nati, y relata que los últimos días compró compactos del músico nativo, Bola de Nieve, y libros usados en distintas plazas (por ejemplo, uno del alemán Bertolt Brecht y otro de la poetisa Carilda Oliver Labra); que adquirió un óleo dentro de una “de las numerosas galerías de la zona”; que escuchó jazz “del cautivante” en La Zorra y el Cuervo, frente al tradicional Hotel Nacional; que bebió “canilla abierta de mojitos” en La Bodeguita del Medio (el bar preferido del escritor estadounidense Ernest Hemingway, amigo de Fidel Castro y de la revolución) y que abusó de las comidas en base a legumbres: “Un estilo gastronómico semejante al mío”, ilustra.

–Buen pie, la cocina, para preguntarle sobre su cuerpo.
–¿Te parece importante hablar de mi físico?

–Imposible obviarlo.
–Dale, ¿qué querés saber?

–¿De dónde salió? ¿Lo clonó del catálogo de un gimnasio? ¿Cómo lo mantiene? ¿Su dieta? ¿Lo sometió a un tratamiento de chapa y pintura en un quirófano?
–Listo, entiendo. Te lo sintetizo: salió del vientre de mi madre, el 19 de mayo de 1977; lo cuido desde mi condición de vegetariana, tomando compuestos con vitaminas B y C y polen reconvertido con propiedades reconstructivas, y consumiendo cacao un 75, 80 por ciento puro, aparte de frutas secas y arroz integral. Necesitaría suprimir las gaseosas light, los dulces y la harina. Camino y ando en bicicleta. Respecto a la chapa y pintura, salvo mi operación de apéndice a los 6 años en Málaga, donde residía, jamás pasé por un quirófano.

–Amplíe lo de sus dudas frente a la cirugía estética...
–Exacto. No sé si preferiría operarme para continuar transmitiendo un semblante fresco en mi trabajo o transitar el transcurso de las décadas portando un rostro que muestre experiencia. Habrá que aguardar el veredicto de mi ego cuando le llegue el momento de decidir. Dejemos que lo elabore él.

–¿Sigue sosteniendo, tal cual nos dijo tiempo atrás, que “lo que más me gusta de mi cuerpo es la cola”?
–Pese a que me llevo bárbaro con mi cuerpo –salvo un sector que no revelaré, intentando evitar que lo investiguen usando una lupa–, te aseguro que lo seguiré sosteniendo mientras ella siga sosteniéndose (carcajada)... ¿Listo? ¿Cerramos el tema físico?

–¿A qué se debe el exagerado pudor? ¿No se siente sexy?
–Sí, me siento sexy, pero del lado natural.

–Apostar a lo natural, una tendencia que, parece, hoy se ha puesto de moda. Hasta hay señoritas y señoras que empezaron a sacarse lolas. Una pionera usted...
–No sé. De jovencita pienso parecido. Mirá lo sueltas que son las cubanas con su cuerpo. Así soy yo. Sin complejos. Te puedo aparecer glamorosa en una red carpet, y en casa cortarme el flequillo sola, andar en patas, ponerme un salto de cama chino y pasar a un solero hippie. Tengo el espíritu de Peter Pan. Mi ahijadita, Mía, me llama “la madrina loca”. Una gran porción de mi vestidor son disfraces que traje del exterior suponiendo que iba a interpretar personajes que no sé si interpretaré...

–¿Suelen lanzarle piropos en la calle?
–¿Lanzarme? Depende. Cuando me levanto poco chispeante, escasean. Si me despierto arriba, quizá reciba uno como el de la otra semana, que me puso colorada: “¡Adiooós, pasada de caramelo!”

–¡¿Colorada?! ¿Recuerda las fotos en las que posó recién?
–Je... Te dije que soy una mujer en plena construcción.



Fuente: gente Por Leonardo Ibáñez. Fotos: Santiago Turienzo.

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